La Facultad de Ciencias de la Universidad de Valparaíso está llena de grafitis. No es raro que los estudiantes rayen las paredes. Hay uno bien irónico que dice “No me educaron bien, no me dan ganas de ganar” y otro en el que sale un dibujo del rostro del Che Guevara acompañado de la frase “Un pueblo ignorante es un pueblo fácil de engañar”. Éste es el único que Ramón Latorre no borraría. “Cuando me refiero a la cultura no hablo sólo de libros o poesía, hablo de ciencia”, dice, mientras camina junto a “Libertad”, la mascota del edificio.
Es en este lugar donde el bioquímico pasa gran parte de su tiempo. A sus 74 años, el director del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de la Universidad de Valparaíso (CINV) sigue mirando detrás del microscopio. Investigando. Experimentando. Observando a los degus, un topo parecido al ratón que desarrolla un tipo de Alzheimer muy similar al humano, o a la jibia, que produce electricidad, lo que permitiría estudiar enfermedades como la epilepsia o la parálisis muscular.
“La investigación es como el boxeo. Si no practicas, se te ablandan los músculos y no puedes pelear”, dice el científico. En jerga boxística, Latorre ha esparreado bastante. Y hace rato que está listo para pegar su combo: levantar el nuevo Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso (CINV), una moderna construcción en lo que fuera el edificio Severin, el que sirvió de convento, comisaría y sede del Congreso Nacional, en la cual se redactó la Constitución de 1925.
Y la pelea no ha sido fácil. Lo tildaron de loco. De estar absolutamente chalado. “¿Quiere plata para hacer qué? ¿Un centro de investigación? Pero si antes tenemos que construir calles y consultorios”, le dijeron las autoridades. Inquieto y obcecado, Latorre –quien también ha sido protagonista de la lucha de los científicos chilenos por mejorar sus condiciones– no bajó los brazos y consiguió los más de seis mil millones que requiere la moderna construcción, que tendrá laboratorios y un auditorio para 200 personas y que acogerá a más de 150 investigadores nacionales y extranjeros. Pero también a toda la comunidad. A la dueña de casa que quiera venir a tomar un café y escuchar una charla o al joven que necesite robar wifi. Porque el plan es recuperar el barrio de La Matriz contiguo al puerto, un lugar venido a menos y bastante peligroso.
Pero la construcción del centro se ha demorado más de lo esperado (ver recuadro).
Buena ciencia a precios bajos
Por ahora, el cuartel central de Latorre está en una casona porteña colorinche ubicada en el pasaje Harrington, considerado a nivel arquitectónico como uno de los tesoros de Playa Ancha. A una cuadra está el laboratorio, en el cual los más de 40 investigadores que componen el centro experimentan. La bioquímica Paula Mujica nos guía por el anticuado laboratorio, en el que sufren cada vez que se corta la luz. Los refrigeradores se apagan y una investigación de meses puede irse al tacho de la basura en cuestión de segundos.
“Estamos divididos en diferentes líneas de investigaciones. Vamos desde lo más chico, los canales de iones (los pasajes de la membrana celular por donde pasan las señales eléctricas), hasta estudiar el cerebro como un todo. Dentro de eso hay estudios del Alzheimer, de la visión, del sistema olfatorio…”, comenta el doctor.
Otra de las investigaciones novedosas es la relativa a la marihuana, que lidera el neurocientífico Andrés Chávez. Él está trabajando en los endocanabinoides, neuromoduladores que activan o desactivan ciertas neuronas. “De la misma forma que el sistema nervioso central produce endorfinas –que son parientes de la morfina–, producimos endocanabinoides, que tienen los mismos blancos que el componente activo del canabinoide de la marihuana”, explica Latorre. En términos simples, nuestro cerebro naturalmente produce componentes de la planta.
El CINV recibe fondos de la iniciativa científica Milenio –800 millones de pesos por cinco años– y hoy está en fase de renovación de esos recursos por otro período igual. En total, maneja un presupuesto de 2.300 millones de pesos al año y gracias a la gestión de Latorre, formaron una alianza estratégica con los institutos Max Planck de Alemania y Estados Unidos, los cuales no aportan fondos pero sí la marca. “Es como tener un traje Versace”, resume el profesor. Gracias a este convenio, el brasilero Allison Gontijo avanzará en los procesos que dan forma al sistema nervioso. “Trabajar en este proyecto es una oportunidad única, como latinoamericano, de hacer investigación de excelencia en este continente. Realmente, será un gran logro poder continuar mi investigación con una institución de tanto prestigio como Max Planck, y en un sitio muy agradable y competente como es el CINV en Valparaíso”, comenta.
Otra de las beneficiadas es la doctora Chiayu Chiu, quien deberá dejar su vida en la Universidad de Yale para seguir investigando en el puerto cómo se comunican las neuronas. Cada uno recibirá 150 mil dólares anuales por cinco años para poder realizar libremente sus investigaciones en el campo de la neurociencia. Fondos que aporta el CINV.
-¿Es difícil hacer ciencia desde el puerto?
-En cualquier provincia de este país es extremadamente difícil. Las grandes discusiones ocurren en Santiago. En Chile tenemos un problema horrible de centralización y, si no terminamos con eso, este país no va a surgir.
-¿El principal problema para hacer buena ciencia en Chile es la falta de recursos?
-Cuando tuvimos que renovar los fondos de la iniciativa Milenio fuimos evaluados por revisores internacionales. Entre ellos vino un francés que dirige un centro en Francia similar a éste, pero que cuenta con un presupuesto de 17 millones de euros, más de cinco veces mayor que el del CINV. El costo por paper que producimos en el CINV –cerca de 70 mil dólares– es el más barato del mundo. Publicamos entre 50 y 60 artículos por año en revistas internacionales. Hemos creado un ambiente en que no solamente se puede hacer buena ciencia, sino que una más económica.
Bendita jibia
Latorre es movido y sabe de vacas flacas. Se define como un científico comando, ésos que sobreviven en Harvard, con las mejores condiciones, o en medio de la selva en Zambia. Es “hijo y nieto” de la educación pública y por mucho tiempo no se consideró muy inteligente, pese a que era el mejor del curso. “En este país se asocia la inteligencia al ‘vivito’ y yo nunca fui muy rápido”, admite. Pero, irónicamente, su carrera en ciencias fue meteórica. Tras doctorarse en la Universidad de Chile y mientras cursaba su postdoctorado en el National Institute of Health de Estados Unidos, le dio el palo al gato con su descubrimiento en los canales de iones. Tenía 27 años.
Sus primeros pasos los dio en el desaparecido laboratorio Montemar. Con su compañera Cecilia Hidalgo midieron el potencial eléctrico de los axones, los cables que transmiten los impulsos eléctricos entre las neuronas. Para ello utilizaron a la jibia, un calamar que tiene un axón grande, de más de un milímetro de diámetro, “perfecto para meterle electrones por todas partes”. Juntos escribieron un paper para la revista Nature –que fue aceptado– y empezó la revolución de la neurociencia en la Quinta Región. Oleadas de gringos se instalaron en Valparaíso para estudiar la jibia. Ése fue su pasaporte para especializarse en Estados Unidos.
“Cuando llegué allá estaban tratando de ver cómo funcionaban esos canales y nosotros fuimos capaces de ver la actividad eléctrica de una sola molécula en una membrana artificial”, cuenta. Fue tal la importancia de su descubrimiento que, un par de años más tarde, un equipo alemán pudo registrar la misma actividad eléctrica en células. Por ese trabajo ganaron el Nobel.
-¡Podría haberlo ganado usted!
-Nooo, eso ya pasó… (dice con resignación). Ellos lo aplicaron en células, pero el comportamiento era exactamente el mismo… Estas cosas son políticas, ¿crees que Parra no se merece el Nobel?
Distinciones a Latorre no le faltan. Además del Premio Nacional de Ciencias, fue el primer chileno en ser nombrado miembro extranjero de la Academia de las Ciencias de Estados Unidos (hoy hay un par más) y fue galardonado con la cátedra Robert F. Kennedy de la Universidad de Harvard (igual que Mario Vargas Llosa).
“La situación ha empeorado”
El año 72, Latorre volvió al país con un puesto de profesor asistente en la Universidad de Chile. Antes de eso, sus profesores le advirtieron: “Ramón, si no te robas tu equipo en Estados Unidos no vas a poder experimentar en Chile, porque no están las condiciones para hacer ciencia”. Obediente, cada vez que iba a buscar un componente al gran almacén del que disponía en el National Institute of Health de Estados Unidos, se metía otro al bolsillo. Cuando volvía a Chile con su kit robado para hacer las mediciones le regalaron otro y un aporte de 100 dólares, que le alcanzó para publicar tres artículos.
El año 73 las cosas se pusieron difíciles en el país. Latorre pensó en volver a Estados Unidos, pero su tutora en ese entonces, Mitzy Canessa, se lo prohibió. Avanzaron los meses y la decisión se hizo inminente. El doctor se fue como profesor asistente a la Universidad de Boston y luego saltó a Harvard. “Me estaba yendo muy bien, hasta que llegó el demente de Claudio Bunster y me propuso fundar un centro de investigación en Chile. Como soy totalmente enfermo, me encantó la idea. Era 1983, plena dictadura. Yo logré un puesto en la Universidad de Chile, pero a Bunster –en ese entonces Teitelboim– nadie lo iba a contratar por su apellido”, recuerda. Así fundaron el Centro de Estudios Científicos (Cecs) en Santiago, que contaba con la ayuda de la Tinker Foundation.
Intentaron convertirse en una empresa científica, lo cual fue, según Latorre, muy difícil. “Hay un chiste de un tipo pescando con dos tarros de gusanos, uno gringo y otro chileno. El norteamericano tiene una tapa que evita que se escapen, porque cuando uno se asoma, los demás lo empujan hacia arriba. El chileno en cambio está abierto, porque cuando uno intenta escapar, el resto lo empuja hasta el fondo”.
Finalmente, el Cecs se movió a Valdivia y Latorre aceptó la invitación de la presidenta Bachelet para ser agregado científico en la embajada de Chile en Italia durante su primer gobierno. En eso estaba cuando le ofrecieron hacerse cargo del CINV y replicar el éxito del Cecs en Valparaíso. Y como pasa con cualquier desafío que se le pone por delante, no lo dudó.
-¿La ciencia goza de mejor salud en el actual gobierno de Bachelet o en el pasado?
-Ha gozado de mala salud siempre, pero es al revés, la situación ha empeorado. Hay una falta de institucionalidad enorme. Con una inversión de 0,34% del PIB en ciencia, es imposible hacer buenos desarrollos. Ése es un presupuesto de país subdesarrollado. No tenemos ninguna capacidad de recuperar a nuestra gente. Si quieres hacer buena ciencia y tienes 100 o 200 jóvenes científicos de buena calidad, pero no les das entre 200 y 400 mil dólares al año, ¿por qué un chileno que es brillante y quiere hacer una buena carrera va a volver a Chile?
-La presidenta Bachelet estudió Medicina, debe estar consciente de la importancia de la ciencia…
-Con todo el cariño que le tengo a la presidenta, este gobierno ha sido muy malo. Cómo es posible que el único anuncio que hizo, fue el traslado de la iniciativa científica Milenio de Economía al Conicyt en el peor momento posible. Ahora recién volvió la posibilidad de crear un ministerio, pero una vez que las cosas se dicen, se diluyen y no pasa absolutamente nada. ¡Conicyt todavía no tiene presidente! A fin de año conversé con los ministros Rodrigo Valdés y Nicolás Eyzaguirre. Su argumento fue que el presupuesto de la ciencia ha crecido de 0,28% a 0,34%. Pero la pregunta es otra: ¿cuál es el futuro de Chile si lo que pasó con el salitre se está replicando con el cobre que se fue al carajo? La única manera de salir del subdesarrollo –y lo han demostrado Finlandia, Corea del Sur y Nueva Zelandia– es creando conocimiento. Y esos ministros lo saben: se educaron afuera.
-Ud. que tiene buena relación con la Presidenta ¿le dice estas cosas?
-No la he visto, es muy difícil. Incluso le escribí una carta personal y contestó que no tenía tiempo de recibirnos.
“La ética en este país se fue al carajo”
-¿Cómo ve el momento por el que atraviesa el país?
-Ésa es una pregunta muy difícil (silencio largo). Por un lado, darse cuenta de que, de alguna manera, nuestra política estaba secuestrada por intereses económicos, es algo que parece lo peor. Enterarse de que personas relacionadas directamente –a través de parentescos– con lo más de izquierda de Chile estén recibiendo plata del yerno de Pinochet, habla de que la ética se fue al carajo. Pero eso no es solamente la izquierda, es todo el mundo. Todos estos contubernios y maquinaciones entre compañías; imagínate cuando uno habla del señor Matte, que está metido con enredos con el papel higiénico, eso es ya es de mala clase, es una rotería. Cuando uno lo piensa así, este país está requete mal. La picantería le hace muy mal al país; si eres capaz de poner una torre de 400 metros en Santiago, no vas a estar coludiéndote para robarle plata de los pollos a la gente cuando tienes fortunas que aparecen en la revista Forbes.
-¿Comparte la forma en la que se han implementado las reformas?
-Estoy totalmente de acuerdo con ellas, no hay ninguna duda de que el país las necesitaba. El problema es que se han hecho con una falta de prolijidad increíble…
-En entrevista con Capital, la presidenta Bachelet dijo que su “primer sentido fue partir por la educación pública”, pero empezó con la subvencionada…
-Todo se ha hecho mal y ella también es culpable, no puede ser totalmente inocente, pero a ella la engañaron en el sentido que tuvo un grupo de gente que le vendió peras por manzanas. Cayó en un gobierno en el que la gente no estaba preparada para resolver los problemas. Es su responsabilidad, pero aunque no quiero excusarla, no creo que haya mala intención de su parte. •••
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La demora del nuevo CINV
Latorre no entiende por qué todavía no hay movimiento de tierras, si el proyecto para construir el nuevo CINV ya cuenta con la venia presidencial y el MOP convocó a su licitación. “Tenemos todos los recursos y permisos, pero chocamos con una pared. Creen que esto es un capricho de un grupo de intelectuales y no se dan cuenta del valor social que tendrá para Valparaíso recuperar este alicaído barrio”, se queja el bioquímico, para quien la decisión final está en manos del intendente.
Gabriel Aldoney, el intendente de Valparaíso, aclara que “nosotros estamos comprometidos con el proyecto, regionalmente nos interesa muchísimo porque además de su aporte intelectual, está inserto en un sector patrimonial que nos interesa rescatar”.
Y agrega que la demora surgió porque “inicialmente el proyecto estaba evaluado en 4.100 millones de pesos, pero cuando se hizo la licitación, el presupuesto ofertado era de 6.121 millones de pesos. Había que conseguir esos recursos adicionales”. El edificio fue nuevamente evaluado y el 17 de febrero pasado, la Intendencia solicitó los recursos restantes a la Subsecretaría de Desarrollo Social, los cuales fueron aprobados. Hoy, están a la espera –dice el intendente– de la tramitación final y lo más probable es que su construcción comience el segundo semestre de este año.
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John Ewer y la “maldición” de las Becas Chile
A primera vista, John Ewer tiene pinta de turista. De padres ingleses y australianos, el director del programa de Doctorado en Neurociencia de la Universidad de Valparaíso e investigador del CINV se ha especializado en relojes biológicos. Como asesor, le hizo ver al Ministerio de Economía las desventajas de no aplicar el horario de verano, como era tradición. “Con el horario fijo, no hay un efecto grave en la salud y el ahorro en energía es marginal. Lo que sí está comprobado es que el ausentismo escolar aumentó”.
Respecto de la calidad de los científicos chilenos, Ewer habla de “la maldición” de las Becas Chile. “Es un programa sin criterio, es fácil ganarse una beca. Hay 1.500 estudiantes de ciencia afuera que tienen obligación de volver, pero no hay un plan de retorno para ellos”, explica. Ante esa situación, “mucha gente está optando por pagar de vuelta la asignación y quedarse afuera”.
Por Carla Sánchez Mutis
Fuente: Revista Capital
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