Un organismo genéticamente modificado (OGM) es uno al que se le ha agregado genes para incorporar o mejorar alguna característica, a través de la transgenia, técnica de laboratorio mediada por una bacteria (Agrobacterium tumefaciens) que permite el proceso.
Se diferencia del mejoramiento genético tradicional, realizado a través de cruzamiento -realizado por cientos de años-, por ser más eficiente y limpio, pues sólo incorpora la cualidad elegida y la base del cultivo original se mantiene, explica Loreto Holuigue, investigadora del Departamento de Genética Molecular y Microbiología de la U. Católica.
La técnica ha permitido crear variedades de maíz, soya y algodón resistentes a herbicidas e insectos, lo que, según un metaanálisis de 2014 de la U. de Gotinga (Alemania), ha reducido el uso de pesticidas en 37%, aumentó el rendimiento de los cultivos en 22%, y las ganancias de agricultores en 68%.
Aunque Holuigue, agrega que la baja en el uso de pesticidas puede ser en el caso del maíz resistente a insectos, pero no en el de soya tolerante a glifosato (un herbicida) que ha aumentado.
Desde su liberación, a principios de los 90, los OGM han causado polarización en todo el mundo, la que también ha alcanzado a Chile, impidiendo lograr una regulación adecuada sobre ellos. Aún así, el país se ha convertido en un importante productor para el mundo.
Miguel Ángel Sánchez, director ejecutivo de ChileBio, que agrupa a las semilleras, indica que es un negocio rentable. “El rol de Chile en producción de semillas de contraestación es clave. Genera 60 mil empleos, que le que da relevancia al área”. El país es el principal productor de semillas transgénicas contraestación del Hemisferio Sur, por razones geográficas, climáticas, agronómicas que lo hacen eficiente. “Cuando alcanzamos las 30 mil hectáreas dio lugar a casi el 8% de la producción en EE.UU.”, agrega.
La falta de ley
“Se ha tratado de redactar una ley específica, pero lo avanzado ha quedado guardado. Desde Frei ningún gobierno ha decidido enfrentarlo”, dice Ricardo Pertuzé, académico del Departamento de Producción Agrícola de la U. de Chile.
La carencia de una regulación ha llevado a un tratamiento híbrido para los OGM, pues está permitida la producción de semillas transgénicas sólo con fines de exportación e investigación, pero no para el mercado interno. Sin embargo, ingresan OGM para consumo animal y como ingredientes de alimentos de consumo humano. El 80% de la soya producida en el mundo es transgénica, por lo que es muy probable que salsas y sucedáneos de carnes en el mercado la contengan.
“No significa que sean tóxicos”, dice Holuigue, y agrega que un error centrar el debate en la tecnología, porque si un cultivo es tóxico o no, no depende de eso, sino de las nuevas proteínas o compuestos que produzca la planta. “Si son tóxicos la planta será tóxica. Un transgénico no es dañino per se”.
Ejemplica con Argentina, donde se masificó la producción de soya transgénica, porque es más eficiente, y donde el problema de la toxicidad es por el exceso de herbicidas utilizados.
Que son iguales a otras plantas es uno de los argumentos que ha usado la industria, y tiene a la ciencia de su lado. Pocos científicos se muestran en contra de la transgenia y la semana pasada, más de 100 premios Nobel pidieron a Greenpeace abandonar su campaña contra los OGM, en especial, contra el arroz dorado, enriquecido con vitamina A, que podría reducir las muertes y enfermedades causadas por la deficiencia de ésta.
“Nuestro principal argumento para oponernos a los cultivos transgénicos se basa en el principio precautorio (en caso de duda, no realizar el acto riesgoso), pero también hay otros de peso para rechazar la liberación de OGM”, dice Matías Asun, director de Greenpeace Chile. Agrega que en las últimas décadas se han demostrado efectos negativos, pues el 80% de las semillas genéticamente modificadas son para tolerar herbicidas (glifosato) e insecticidas, que han dañado insectos beneficiosos e incrementado la resistencia a agroquímicos, creando también dependencia.
Menciona también la polinización que puede contaminar cultivos no transgénicos y orgánicos, produciendo tensiones sociales debido al daño económico a los campesinos y la falta de pruebas que de sean seguros para el medio ambiente y el consumo, pues podrían tener efectos impredecibles.
Gonzalo Pardo, encargado de Autorización y Control de OGM, en el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), dice que para cada OGM autorizado se establecen requisitos (medidas de bioseguridad), para evitar que afecten otros cultivos. “Entre otras, contemplan la trazabilidad, segregación e identificación, aislamiento, manejo de cosecha y post cosecha, monitoreo y exportación o destrucción”. No obstante, se han encontrado trazas de OGM en cultivos orgánicos y miel, por lo que el SAG ahora entrega información de las zonas donde se encuentran en su web y vía transparencia.
La bióloga de Chile Sustentable, María Isabel Manzur, dice que existe evidencia científica que apoya que los transgénicos tienen riesgos para el medioambiente y la salud humana y animal. “La transgenia mezcla especies que nunca se podrían mezclar. Los transgénicos están ligados a los agrotóxicos. Implican un mayor uso de plaguicidas y no es sustentable”, señala. Los quieren fuera del país y piden promover la agricultura sustentable, “sin sustancias tóxicas”. Dice que en Chile hay expertise, pero se necesita más apoyo del gobierno.
Holuigue asegura que la polarización sobre la técnica ha debilitado la postura científica de quienes se oponen a los OGM, fortaleciendo la de las semilleras y agroquímicas, porque no hay antecedentes de toxicidad de las plantas transgénicas per se, aunque faltan estudios sobre el daño medioambiental. “Ha desprestigiado una tecnología útil y que podría ser usada en beneficio de la población”, dice. “La actual regulación favorece a las semilleras no al desarrollo científico del país, de cultivos transgénicos con un propósito de interés público, por ejemplo”, dice.
“Hoy la industria de semillas se ve beneficiada, porque los únicos que pueden producir son los asociados al sistema, al no haber en todo el país más lugares para hacerlo”, agrega Pertuzé.
Sánchez dice que a pesar de que la producción de Chile es importante, se está quedando atrás, pues otros países de Latinoamérica, como Argentina o México están usando la tecnología.
Sin embargo, algunos de esos países ya han visto problemas, también asociados a la falta de regulación.
Por Cristina Espinoza
Fuente: Diario La Tercera
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