Es uno de los principales combustibles que tiene la investigación científica y académica en Chile. Y está bajo fuego cruzado. Los investigadores jóvenes piensan que es hora de reevaluarlo, pero acusan al establishment de mantener el status quo porque son los más favorecidos en este y otros programas de manera paralela. Además, ponen en tela de juicio la transparencia del sistema.
En su oficina del tercer piso de la Universidad de Santiago, Dora Altbir cuida cada palabra que dice. Lleva cuatro meses como presidenta de los Consejos Superiores de Ciencia y Desarrollo Tecnológico de Fondecyt y sabe que está en un terreno difícil: “Me tocó un período bien complicado”, dice elegantemente.
El Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondecyt) es un fondo estatal que apoya la investigación científica y académica en el que los interesados postulan sus propuestas y piden un monto determinado para llevarlo a cabo, financiamiento que después deben rendir peso a peso junto con mostrar sus resultados. Fue creado en 1981 y al año siguiente seleccionó 115 proyectos que se repartieron 39 millones de pesos de la época. Desde ese momento se convirtió en el principal financiamiento para la investigación en ciencia básica y tecnológica, y ha respaldado investigaciones con importantes resultados a nivel mundial, como la inmunoterapia celular para el tratamiento del cáncer y los sistemas de aislación sísmica presentes en edificios emblemáticos, como el Titanium o la Clínica San Carlos de Apoquindo de la Universidad Católica.
Crecientemente el período anual de postulaciones a Fondecyt se instaló como un hito clave en el calendario universitario. Un período en que cada año se ve a una serie de académicos trasnochados y nerviosos, con la misma cara que tienen sus alumnos antes de dar sus exámenes, intentado terminar a tiempo la hipótesis, el plan de trabajo y justificación del presupuesto de su proyecto.
Fondecyt financia proyectos de investigación de dos a cuatro años de duración y los recursos solicitados no pueden exceder los 57 millones de pesos anuales. Abarca disciplinas tan amplias como ciencias exactas y naturales, sociales, jurídicas, económicas; humanidades, arquitectura o agronomía. En 2015 este programa asignó 112.633 millones de pesos a través de los tres concursos que tiene. El Regular está orientado a investigadores con trayectoria y se puede postular tantas veces como se quiera. Los de Iniciación y de Postdoctorado son para los investigadores más jóvenes y una persona sólo puede ganárselo una vez.
Pese a que durante décadas este programa ha sacado aplausos, hoy está recibiendo críticas. La discusión la inició en marzo la publicación de un estudio de Alberto Mayol y Javiera Araya que hablaba de una supuesta derechización en la asignación de estos fondos, que pese a que ha sido cuestionado desde distintos flancos, abrió una conversación pública sobre este instrumento.
Lo primero que ha quedado claro es que Fondecyt está dejando a un número creciente de gente frustrada. El año pasado a los tres concursos postularon 3.571 proyectos y sólo el 31 por ciento recibió fondos. De acuerdo a Dora Altbir, más de la mitad del total de los proyectos que quedaron fuera en 2015 habían sido calificados como “buenos, muy buenos y excelentes y debieran haber sido financiados”. ¿Qué faltó entonces? Sesenta mil millones de pesos. Lo mismo que ofreció el Manchester United para que Cristiano Ronaldo vuelva a ese equipo.
Eso significa que en un país en que se habla de la importancia de la ciencia y el conocimiento para el desarrollo, proyectos interesantes se están quedando sin financiamiento para dar sus primeros pasos y este año no parece que vaya a ser muy distinto.
Flavio Salazar, vicerrector de Investigación de la Universidad de Chile, explica que es importante que el sistema funcione como un filtro y distinga entre buena y mala ciencia por lo que no todo debe ser financiado: “Aprobar el 80 por ciento sería ridículo porque no hay un 80 por ciento de proyectos buenos”, pero agrega que con las tasas de adjudicación actuales se está perdiendo capital humano que podría aportar al país: “Necesitamos un crecimiento horizontal, no una elitización de la ciencia”.
Los investigadores advierten que un factor que está influyendo en la tensión es el aumento de la demanda, en buena parte gracias a programas como Becas Chile, que han ampliado el número de personas que han hecho doctorados y postdoctorados, y por esa vía se han preparado para seguir una carrera ligada a la investigación. Eso, que en principio es algo muy bueno, está estresando el sistema porque estas personas están terminando sus estudios y comienzan a integrarse y a competir por los puestos de trabajo y fondos. Así, por ejemplo, el número de proyectos postulados a Fondecyt pasó de 1.916 en el año 2011 a 3.571 en 2015, un aumento del 84 por ciento. Y en el mismo período, los recursos crecieron un 24 por ciento.
“Cuando había tasas del 55 o 60 por ciento de adjudicación esto era una taza de leche”, dice Bernardo González, presidente del Consejo de Ciencias de Fondecyt en 2010, quien recuerda que ya ese año se comenzó a hablar de lo que iba a ocurrir en el país cuando empezaran a volver los profesionales que estaban haciendo doctorados y postdoctorados afuera. “Calculábamos que el tsunami iba a llegar el 2017. Nos equivocamos, partió el 2015 y, ojo, que no es el peak de la ola”.
Brecha generacional
“Hemos invitado a muchas más personas a la comida y no arreglamos el comedor”, resume Sol Serrano, vicerrectora de Investigación de la Universidad Católica, para referirse al estancamiento del financiamiento y a los mayores requerimientos administrativos que tienen al programa Fondecyt y a la agencia que lo administra -Conicyt- “colapsados”. Más drástico es un investigador que prefiere no dar su nombre: “Estamos como perros hambrientos peleándonos por la poca plata disponible y hay mucha gente que se queda fuera del sistema”.
Y esa pelea está agudizando la distancia entre los jóvenes y los seniors, quienes según los recién llegados no tienen ganas de discutir modificaciones a esta “vaca sagrada”.
El año pasado, la comunidad científica mostró una cara común y demandó más recursos y atención para la ciencia como motor de desarrollo, lo que finalmente se tradujo en el anuncio presidencial de la creación de un ministerio de Ciencia y Tecnología. Sin embargo, aunque todo podría cambiar, por ahora nada lo ha hecho, y el consenso se agrieta por las dificultades y necesidades del día a día. Como la de postular a fondos y conseguir plata para investigar.
“Muchas veces salen a la calle y piden más financiamiento, pero no los ves pidiendo una reevaluación de los programas”, dice Pablo Astudillo, de Fundación Más Ciencia, en relación a los científicos con más trayectoria. Francisco Brieva, el ex presidente de Conicyt que renunció el año pasado luego de estar un año a la cabeza de esa institución y varios meses sin recibir su sueldo, explica que la generación antigua es la primera con una formación científica de alto nivel y que se merece sus logros, pero no ha sido suficientemente sensible para entender lo que está pasando. “Nadie busca opciones para actualizar el sistema porque hay temor a perder los privilegios”, dice.
Los científicos más jóvenes hablan de desigualdad de condiciones. Natalia Muñoz se ha convertido en la vocera de los descontentos como presidenta de la agrupación Ciencia con Contrato, que busca mejorar las condiciones laborales de su rubro. Se queja de que mientras en el sector los trabajos son precarios y los jóvenes no tienen cómo entrar al sistema, hay investigadores establecidos que postulan y se adjudican a varios fondos de investigación copando los espacios. Ella cuestiona que se pueda acceder paralelamente a los distintos tipos de financiamiento -como un Fondecyt, Fondap o Fondef (de Conicyt), una Iniciativa Científica Milenio (dependiente del Ministerio de Economía), un Corfo, etc.
“Eso es legal, pero abusivo y yo no estoy de acuerdo”, dice Brieva. Agrega que durante su gestión quiso hacer una propuesta para limitar la postulación paralela a distintas iniciativas, pero no alcanzó. “Un sector de la comunidad me habría agarrado a garabatos y otro me habría aplaudido tibiamente, porque quién no tiene la aspiración de estar en el grupo de los privilegiados, ¿no?”, dice.
Flavio Salazar admite que cada vez es más difícil entrar al sistema y que se está volviendo elitista: “Apoya solamente a la creme de la creme de los investigadores, a los que tienen un nivel de competitividad comparable a los países desarrollados, pero este no es un país desarrollado”. Una manera de remediar y abrir las puertas a los nuevos investigadores fue crear el Fondecyt de Iniciación en 2006, pero el problema es que este es por una vez y después de obtenido, en los siguientes casos, un académico que tiene sólo un proyecto de investigación entra a competir por los recursos con gente que tiene el doble de años de trayectoria y, por lo mismo, un currículum mucho más extenso.
Dora Altbir explica que por eso se ha acotado a 10 el número de publicaciones que se toma en cuenta para evaluar a un investigador que postula un proyecto. Según ella, las limitaciones de presupuesto están afectando a todas las generaciones por igual, aunque reconoce que las consecuencias de quedarse fuera del sistema pueden ser “más dramáticas” para los jóvenes porque si no pueden insertarse en la academia es posible que deban buscar caminos fuera de la ciencia.
Esto porque Fondecyt no sólo es una herramienta clave a nivel individual, sino que la investigación en muchas universidades descansa significativamente en estos fondos, y por ende, cada vez más se los empiezan a exigir a sus académicos.
A los académicos que no tienen uno se les viene muy duro el año, explica Pablo Astudillo. En universidades como la de Chile o la UC hay programas de apoyo que permiten comenzar o seguir una investigación hasta postular nuevamente. El problema es que los cupos son limitados, para 15 o 20 investigadores, y “este año van a postular más de 100”, dice Flavio Salazar. Para quienes postulan al Fondecyt postdoctoral es aún peor porque la opción es seguir trabajando como asistente de investigación por un sueldo bajo o dedicarse a académico por horas en distintas universidades. “Estamos generando ‘profesores taxi’ gracias a estas bajas tasas de adjudicación. Chile ha invertido mucho en generar investigadores, pero no se hace cargo de ellos”, dice Mauricio Sáez, de la Asociación Nacional de Investigadores en Postgrado.
Test de la blancura
Mientras por una parte la comunidad científica se queja de que son muchos para muy poco, cuando se analiza el asunto desde otra perspectiva vuelve a quedar claro que, pese a que hay más científicos e investigadores en Chile, sigue siendo un mundo tan pequeño que todos caben en el teatro Caupolicán. Pasa, por ejemplo, con el tema de la revisión de pares. Igual que en la mayoría de los países donde se hace ciencia en serio, los fondos se asignan en base a concursos que son evaluados por personas que saben o han trabajado en el tema que se va a evaluar. La llamada “revisión de pares” es una garantía de seriedad del proceso.
En el caso chileno, los proyectos son analizados primero por externos (nacionales e internacionales) designados por los investigadores de los 25 grupos de estudio en las distintas disciplinas. Segundo, se asignan recursos según la priorización que hacen los grupos de estudio, a partir del puntaje del currículo del postulante, y de las evaluaciones de los referees externos. Y si los grupos de estudio tienen dudas sobre las calificaciones de un proyecto específico, los consejeros toman el caso para su revisión.
El problema aquí es que los grupos de cada área del conocimiento son chicos, se conocen y eso abre un espacio para las suspicacias. Natalia Muñoz, por ejemplo, dice que en el proceso 2015 cuatro de los nueve consejeros de Fondecyt postularon y ganaron fondos en el concurso regular, entre ellos la actual presidenta de los Consejos Superiores, Dora Altbir, quien era consejera mientras se evaluaba su proyecto sobre propiedades magnéticas de nanoestructuras.
¿Pensó que podría ser rechazado su proyecto?
Por supuesto. Nadie que postula a un Fondecyt está seguro de que se lo va a ganar. Si alguien piensa mal podría mirar mi historial: hace 20 años tengo Fondecyt ininterrumpidamente. Como consejeros no tenemos ninguna, pero ninguna posibilidad de intervenir. Si queremos consejeros que no postulen a proyectos, tendríamos que tener consejeros no científicos. No sé si el programa sería el mismo…
Dora Altbir insiste en que el sistema da pruebas de blancura porque cuenta con mecanismos de inhabilitación en caso de familiares, compañeros de laboratorio, de universidad y un largo etcétera. Sin embargo, reconoce que tal vez ha faltado más información para aclarar ese tipo de puntos. “Debiéramos explicar mejor cómo es el proceso de inhabilidades en Fondecyt”, reconoce.
“No existe un sistema de evaluación perfecto. Cualquiera tendrá sesgo y hay que manejarlos lo mejor posible”, dice Sol Serrano y agrega que los pares que evalúan tienen que ser investigadores activos para que tengan capacidad de entender y analizar la viabilidad y seriedad de una propuesta y, si son investigadores activos, no pueden no tener proyectos de investigación. “El equilibrio es precario y no se trata de llegar y poner restricciones. Hay que estar permanentemente ajustando ese equilibrio”, insiste Serrano.
Bernardo González explica que la principal precariedad del sistema es que depende de la muñeca política del presidente de Conicyt para conseguir recursos. “El sistema funciona muy bien cuando hay harto dinero. Cuando a mí me aprueban el proyecto todos los evaluadores son fantásticos. Y no es chiste”, dice y advierte que en ciencia hay que tener el cuero duro porque sin recursos adicionales la gente frustrada irá en aumento, pero agrega que eso no les da derecho a apuntar con el dedo al resto. “Me he sacado la cresta 25 años, como muchos otros, para que un compadre en un minuto de furia me ningunee y diga: ‘este es cliente favorito de Fondecyt porque fue consejero’”.
Por José Miguel Jaque
Fuente: Diario La Tercera
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