Aunque su participación ha crecido, sigue siendo inferior a la de los hombres. La maternidad influye en temas como los cargos jerárquicos en las universidades –donde se realiza la mayor parte de la investigación–, lo cual a su vez impacta en los salarios. Actualmente la Conicyt trabaja en un diagnóstico para ver qué medidas tomar.
En un mundo donde subsiste una brecha de género entre hombres y mujeres, la ciencia no es la excepción. Por diversas razones, en el mundo hay menos mujeres investigadoras, que ganan menos dinero y ocupan menos puestos jerárquicos que los hombres. También en Chile, aunque su participación ha crecido en los últimos años.
El desafío es cambiar las cifras. Las ideas son múltiples, como establecer cuotas en centros de investigación y concursos. Actualmente la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt) trabaja con diversas entidades del ámbito público y privado para hacer un diagnóstico de la situación.
«Sin duda es necesario aumentar las medidas, iniciativas y estrategias que permitan disminuir las brechas y barreras de género, así como también contribuir a un cambio cultural en el tema», admite Paula Astudillo, coordinadora Institucional de Género de Conicyt.
En este reportaje, que acompaña al sexto capítulo de la serie Mentes Brillantes, dedicada a la Premio Nacional de Ciencias Exactas 1997, la astrónoma María Teresa Ruiz, revisaremos las diferencias entre las condiciones laborales de científicas y científicos, las dificultades de las primeras para acceder a cargos de jerarquía en las universidades, la discriminación por maternidad, como asimismo veremos los datos estadísticos de la situación de la mujer de ciencias en Chile comparada con la del extranjero. Sobre este último aspecto, las cifras al respecto son bastante elocuentes.
Inequidad
A nivel internacional, por ejemplo, según el reporte de la Unión Europea (UE) “She Figures 2015 – Gender in Research and Innovation”, del total de investigadores de los países de la Comunidad, las mujeres solo representan un 33%, lo que no ha cambiado desde el año 2009.
En Chile, según la Comisión, la participación de las mujeres como líderes en proyectos de investigación que son financiados por Conicyt alcanza el 40%, incluyendo becas de postgrado (donde un 46% son mujeres).
Asimismo, en 2013, según datos de la UE, las mujeres solo representaban el 21% de los investigadores en el nivel más alto de la carrera. En tanto, en Chile, en 2015, los Proyectos Regulares de Investigación de Fondecyt –que exigen una mayor experiencia de investigación– tienen una titularidad femenina de solo un 22,4%. En cambio, un 38% de los proyectos de Postdoctorado del mismo programa, que representa el primer paso en la carrera de investigación en Chile, son encabezados por mujeres.
«Sabemos que existen muchas mujeres trabajando y aportando en la actividad científica y tecnológica del país, pero ellas se ven enfrentadas al fenómeno de Inequidad Vertical, que corresponde a la disminución en la participación de mujeres a medida que avanza su carrera como investigadora y su consecuente disminución en puestos de mayor liderazgo científico», dice Astudillo. «Es decir, proporcionalmente hay menos mujeres que encabezan grupos y proyectos de investigación, respecto a lo que pasa con los hombres. Esta diferencia se acentúa entre los investigadores senior», detalla.
Aún así, está claro que la participación de la mujer ha crecido. Respecto al quehacer de Conicyt, del total de los proyectos de investigación financiados por la institución, en 2001 el 25% era liderado por mujeres, mientras que en 2015 esta cifra llegó a casi un 40%. Es decir, un crecimiento de más de 50%.
En cuanto a las áreas de desempeño, existe a nivel mundial una creciente preocupación por la baja representación de las mujeres en las carreras de la ciencia, matemática, ingeniería y tecnología (CTIM o STEM en inglés). Por ejemplo, en la Unión Europea, el año 2012 las mujeres constituían el 28% de los doctorados en ingeniería y solo el 21% de los de computación.
En Chile, reseña Astudillo, durante el año 2015, del total de programas de doctorado en todas las áreas del conocimiento, el 40% de los matriculados de primer año fueron mujeres. En cambio, en los doctorados del área de ingeniería fueron solo un 31%; en los doctorados en ciencias médicas y de la salud alcanzan al 47,4%; mientras que en los doctorados en educación, las matrículas femeninas correspondieron a un 64%.
Discriminación implícita
¿Cuál es la experiencia de las científicas chilenas en este ámbito? La química Ligia Gargallo, Premio Nacional de Ciencias Naturales, asegura que la posición de la mujer en la ciencia en Chile está en relación directa con la posición que la mujer ocupa en el ideario nacional.
«La idea que la sociedad y los individuos tienen respecto a cuál es el papel de la mujer, retroalimenta la imagen que cada mujer tiene de sí misma y de sus logros», afirma. «Una sociedad que privilegia la visión de la mujer solo en su aspecto de madre cuidadora y proveedora hace que la mujer se autoexcluya de cualquier otro destino y, por supuesto, incluyendo la ciencia. En Chile y otros países es similar».
Un diagnóstico similar tiene la investigadora Cristina Dorador, bióloga y doctorada en Ciencias Naturales en la Universidad de Kiel (Alemania). «La posición de la mujer en las ciencias en Chile es menor. En términos numéricos, su representación, medida como productividad científica, no alcanza el 30%. Existen estudios que muestran que hay paridad a nivel de postgrado en algunas áreas, sin embargo, a medida que se avanza en la carrera académica la brecha va aumentando», explica, a pesar de que las oportunidades parecen ser iguales para todos.
La filósofa Lucía Castillo, que actualmente realiza un doctorado en la Universidad de Edimburgo, destaca que la precariedad de las condiciones laborales para los científicos y científicas en Chile hace que la posición de la mujer sea «bastante desfavorable».
«Para la mayoría de las científicas jóvenes, lo normal es desempeñarse sin contrato ni seguridad laboral, lo que tiene consecuencias sobre la vida personal», resalta. «Pasamos años sin previsión ni salud, no podemos enfermarnos ni mucho menos embarazarnos, no podemos planificar a mediano o largo plazo, ni tenemos ninguna protección en caso de irregularidades en el trabajo, por ejemplo, en casos de acoso sexual, pues lo común es que no tengamos ningún vínculo formal con las instituciones en las que nos desempeñamos», cuenta.
Para ella, pese a que la discriminación no suele ser explícita, lo cierto es que para competir en un mundo de trabajo precarizado «tenemos que estar dispuestas a dejar de lado nuestra vida personal».
¿Y la maternidad?
Una vida personal donde son claves temas como la maternidad. «Lo que sucede a menudo, y es lo que he observado al tener estudiantes de doctorado brillantes y cuando conversamos sobre hacer un postdoctorado o tienen la oportunidad de irse al extranjero a especializarse en temas científicos, se restan, porque desean priorizar la familia», señala Gargallo desde su experiencia.
«Es curioso porque yo nunca sentí que tenía que elegir entre la maternidad o la carrera, para mí siempre fue un todo que avanzaba en un continuo. Muchas llegan al doctorado, pero cuando arman su núcleo familiar se les hace más difícil. Hay un punto ahí que no sé cómo se podría solucionar. Existe sin duda un problema de autoexclusión, producto del problema cultural y de tradición machista muy arraigado», explica.
En la Conicyt admiten que la carrera científica tiene una trayectoria que a veces tiene tensiones con el proyecto familiar de las científicas, donde la decisión de asumir la maternidad, generalmente, tiene costos en su carrera, al afectar la productividad científica, generar ausencia en las actividades de investigación, disminuyendo sus posibilidades de liderazgo.
Considerando esta realidad, esta comisión impulsó la prórroga de proyectos durante el período pre y postnatal, por ejemplo, otorgando plazos adicionales para investigadoras Fondecyt y becarias que hacen uso de este beneficio.
Algo que para especialistas como Castillo es, sin embargo, insuficiente. «En un escenario de competencia individual como el chileno, embarazarse es perder puntos, y si a eso le sumamos la precaridad laboral, para una científica joven embarazarse es, como mínimo, poner en serio riesgo su carrera, y probablemente pasar serias dificultades económicas».
Y agrega: «He sabido de científicas jóvenes a las que se les ha ‘recomendado’ no embarazarse al ser aceptadas en un puesto, y se asume con normalidad la postergación de la vida personal a extremos que ponen en riesgo la salud mental, donde la incidencia de depresión y trastornos de ansiedad es altísima».
«Las becas a las que podemos optar no cuentan con los mismos beneficios por maternidad que un contrato, pero aun los 4 meses ‘de gracia’ que otorga un programa como Becas Chile parecen buenos al lado de la situación de las miles de investigadoras sin contrato, cuyas boletas mensuales son su única fuente de ingresos», lamenta.
Salarios y jerarquías
El espinoso tema de la maternidad además termina influyendo en un tema clave: los salarios. Dorador destaca que, debido a que más del 80% de la investigación científica en Chile se realiza en universidades, las científicas además, son académicas, por lo que depende de las normativas de cada institución reconocer, por ejemplo, la maternidad al momento de la jerarquización académica.
«Es decir, la mujer científica-académica se demora más en subir de jerarquía que un hombre si es que es madre, lo cual hace que, en esos años de crianza, sí existan diferencias salariales importantes debido a que el sueldo depende de la jerarquía», dice. Para ella, esta situación explica, en parte, por qué existen tan pocas mujeres con la categoría de profesor titular (la jerarquía mayor) en las universidades chilenas. Por algo recién en 2016 se dio el caso de la primera rectora mujer, con Roxana Pey en la Universidad de Aysén, que, por cierto, al poco tiempo fue destituida en el cargo por problemas con la Nueva Mayoría.
«En Chile, las jerarquías académicas están dominadas por los hombres», lamenta Castillo. «Pese a que los concursos debiesen ser ciegos, lo normal es que se definan de manera tal, de dejar solo al postulante de su preferencia en carrera. Además, el tiempo dedicado a la maternidad o la familia se convierte en un marcador negativo en tu currículum».
En el contexto de institucionalidad científica, la mayor agencia de financiamiento y gestión es Conicyt, donde existe representación femenina en cargos directivos, pero falta mucho por avanzar en incluir más mujeres en los grupos de estudio de Fondecyt, dice Dorador. «Por lejos, los cargos directivos relacionados con ciencia y academia históricamente son ocupados por hombres», señala.
Para ella, sería muy positivo contar, por ejemplo, con una mujer científica como ministra en el nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología. «Sería un referente importante para muchas niñas y jóvenes», declara.
Cambios
En la Conicyt admiten que es necesario aumentar las medidas, iniciativas y estrategias que permitan disminuir las brechas y barreras de género, así como también contribuir a un cambio cultural en el tema.
En esa línea, la entidad impulsa un trabajo colaborativo entre distintas instituciones públicas y privadas (Ministerio de Educación, Corfo, el Ministerio de Economía, Comunidad Mujer, Telefónica y Girls in Tech), para lo cual convocó en mayo de este año a una mesa de trabajo, con el objetivo de elaborar un diagnóstico consistente respecto de las oportunidades de género en esta área y aumentar el impacto de los esfuerzos realizados hasta ahora.
Respecto de la estrategia de cuotas, Astudillo estima que deben evaluarse todos sus efectos, dado que no bastaría solo con asignar espacios especiales para las mujeres, «si no fortalecemos sus condiciones de inserción en las carreras de ciencia y tecnología, detectamos las barreras existentes y, sobre esa base, diseñamos las políticas que incentiven su participación».
La especialista cita, en ese sentido, que la UE propone tres medidas fundamentales para acercarse a la igualdad: la elaboración de datos e indicadores que muestren la realidad y su evolución; la difusión, concientización y creación de conocimiento experto en torno a las diferencias entre hombres y mujeres; y, por último, el apoyo desde los niveles altos de decisión.
«Creemos que la propuesta debiera orientarse a incentivar el equilibrio y la complementariedad de género en los equipos de investigación, tendencia que ya se discute en Europa», remata.
Gargallo destaca que los profesores primarios y secundarios son importantes agentes del cambio cultural en lo que respecta a grupos tradicionalmente excluidos del quehacer científico. «He tenido el privilegio de conocer escuelas rurales del norte de Chile donde niños pequeños comienzan a hacer experimentos sobre ciencia guiados por sus profesores, lo que les abre la visión a un mundo desconocido», ejemplifica.
También Dorador cree que es fundamental que estos cambios se empujen desde temprano en la educación, tratando que los niños y niñas desarrollen sus talentos por igual, sin diferencias ni estereotipos. Y también cree que es muy importante que en la educación universitaria y de postgrado los estudiantes cuenten con mentorías (hombres y mujeres), donde se traten estos temas y se cuente con referentes, «ya que es algo que debemos cambiar desde adentro».
«Creo que el tema pasa por paliar las innumerables consecuencias del machismo y la imposición de roles de género en las formación de científicas, y en promover prácticas no competitivas, de formación de equipos y de trabajo a largo plazo, que vayan modificando el paradigma de competencia descarnada de nuestro sistema científico», remata Castillo. «Esto no tiene que ver con que las mujeres no puedan competir, naturalmente, sino con la desigualdad de condiciones en las que compiten, que terminan perjudicando al sistema en su conjunto».
Algo se ha avanzado. La astrónoma María Teresa Ruiz ha sido la primera mujer en dirigir la Academia Chilena de Ciencias, y la física Dora Altbir es la presidenta de los Consejos Superiores de Fondecyt, sin olvidar a otras Premios Nacionales, como la bioquímica Cecilia Hidalgo, la bióloga Mary Kalin o la antropóloga Sonia Montecino.
«El trabajo científico no tiene género, es igualmente reconocido si es serio y cumple con las calificaciones y evaluaciones de sus pares», concluye Gargallo.
Ella destaca «a todas las científicas chilenas de ayer y hoy que, con su pasión, esfuerzo y dedicación, han abierto caminos a las nuevas generaciones. Particularmente a las pioneras que tuvieron que enfrentar la oposición de la sociedad por haberse atrevido a incursionar en los campos científicos». Como Eloísa Díaz, la primera mujer estudiante de medicina de la Universidad de Chile y la primera médica de Chile y América Latina, graduada en 1887, o Justicia Acuña, la primera en estudiar ingeniería en Chile y Sudamérica (egresó en 1919) y pionera en formar parte del Colegio de Ingenieros de Chile.
La historia siempre las recordará.
Por Marco Fajardo
Fuente: www.elmostrador.cl
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