En la Antártica habitan microorganismos que se pueden usar en la elaboración de medicamentos, cosméticos y otros productos, una aplicación que permite sustituir procesos químicos muy contaminantes por otros más limpios y contribuir a la sustentabilidad de la industria.
Los expertos buscan lo que denominan «extremófilos»; pequeños organismos microscópicos capaces de sobrevivir en ambientes extremos como el «continente blanco», con temperaturas bajo cero y una elevada concentración de agua salada.
La chilena Jenny Blamey, de la Fundación Biociencia, viaja desde 2008 a la Antártica buscando bacterias, enzimas y otros microorganismos que puedan tener alguna aplicación en la industrial.
Esta bioquímica con un doctorado en Estados Unidos ha recorrido Siberia, el Ártico y varios puntos de Chile estudiando los «extremófilos», aunque reconoce que la Antártica es un lugar único para ese tipo de investigación.
Acompañada de María Ángeles Cabrera, alumna de doctorado en biotecnología de la Universidad de Santiago (Usach), y Jairo Pereira, alumno de Ingeniería en Biotecnología, Blamey ha participado estas últimas semanas en la 51ª edición de la Expedición Antártica Chilena, organizada por el Instituto Antártico Chileno (INACH).
Los investigadores han tomado muestras de sedimentos terrestres y marinos en lugares como la Isla Decepción, en el archipiélago de las Shetland del Sur.
Este misterioso lugar fue un importante puerto ballenero en el siglo pasado y se creó a partir del derrumbe de un volcán que entró en erupción por última vez en 1969.
Isla Decepción es una importante fuente de «extremófilos» porque en sus orillas hay microorganismos que viven en las gélidas aguas antárticas y otros que lo hacen a más de cien grados en las pequeñas fumarolas que emergen de la arena debido a la actividad volcánica.
Blamey y su equipo toman muestras de sedimentos y después los cultivan en el laboratorio, para aislar los microorganismos. Luego los identifican y buscan proteínas y otros compuestos que «puedan tener alguna aplicación en la vida de los seres humanos», explicó.
Durante estos últimos años ha identificado unos 300 microorganismos, de los que cerca del 70% no habían sido descritos con anterioridad. «Pertenecen a grupos conocidos, pero son nuevas especies, lo que los hace muy interesantes ya que tienen algunas propiedades diferentes a las que ya conocemos», señaló Blamey.
Algunos de estos pequeños organismos y sus biocompuestos sirven para disolver grasas, petróleo, o tienen propiedades antibacterianas y antibióticas. También ha hallado una enzima que protege de los rayos ultravioleta y un pigmento que, según las primeras pruebas de laboratorio, permite disminuir el número de células cancerígenas.
Estos descubrimientos vinculan la ciencia aplicada con industrias como la farmacéutica o la alimenticia y suponen además una alternativa al modelo productivo actual, con procesos químicos altamente contaminantes y dañinos para el medio ambiente.
«Un aspecto fundamental que debe sopesarse es cómo llevar a cabo los procesos industriales de una forma mucho más amigable, menos contaminante, reduciendo el gasto energético y la huella de carbono. Y esto es posible a través de estos procesos microbiológicos y bioquímicos», sostuvo la investigadora.
Fuente: Diario El Mercurio
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