A los bebés, les hablamos profundamente conectados con quienes ellos son, les decimos cuchi cuchi, muñi muñi… les ponemos caras exageradas, buscamos a toda costa que ellos reaccionen, que nos entiendan, que nos respondan. Incluso -según me comentó Camilo Anabalón, fundador de Babybe- afinamos el tono de la voz porque los bebés captan mejor los tonos agudos, por lo tanto hacer el ridículo al hablarles tiene su razón científica.
Pero a menudo, apenas el niño cumple unos pocos años y de allí en adelante, ubicamos a las personas en otro terreno, y no los tratamos igual. Ya no nos interesan sus reacciones; por el contrario nos interesa dar cátedra, explicarnos, informar, reprender. Hablarles desde nuestro lenguaje, conocimiento y punto de vista, aunque se estén durmiendo de aburridos, aunque no entiendan. Los misterios de por qué eso ocurre no lo sé, espero me ayuden los expertos, pero sí sé algo sobre sus consecuencias en el ámbito de negocios y la innovación.
¿A mayor expertis, menor empatía?
La especialización es bienvenida en casi todos los ámbitos profesionales. Es por la especialización que se logran hacer aportes significativos, crear innovaciones, resolver problemas difíciles. Es por la especialización también que algunos toman el rol de profesor, para transmitir ese conocimiento. Y probablemente desde ese ámbito académico hemos sido marcado muchos, por la educación cartesiana, que nos envía información cual si fuera un flujo ingenieril, y da por hecho que debemos entender, por lo tanto el emisor se descompromete de la comprensión del receptor.
Recuerdo de mi época de estudiante universitario, la clases de Cálculo, que ya nos era difícil de entender, y donde al poco tiempo los alumnos comprendíamos que cuando el profesor preguntaba si había alguna duda no debíamos levantar la mano, ya que lo que obteníamos de vuelta era exactamente la misma explicación original pero más rápido, y el profesor mirándonos con cara de paciencia pensando que ya había cumplido su rol. Entonces preferíamos preguntar a otros alumnos antiguos o simplemente era mejor aprender desde el libro.
Si hacemos un breve análisis de cuantos expertos conocemos que carecen de esa habilidad de hacerse entender, seguro recordaremos muchos. Algunos de ellos hacen esfuerzos mayores o menores por mejorar eso. Otros ya se han dado por vencidos y prefieren seguir sus actividades profesionales los más rodeados posible de pares para no tener que dar explicaciones. Otros simplemente no les interesa y miran al resto como incapaces e intelectualmente inferiores.
La dificultad viene cuando estos expertos necesitan ser escuchados por personas más allá de su círculo cercano, para obtener apoyos, financiamiento, alianzas, voluntad política, o clientes. Entonces son ellos los mirados con paciencia.
Palabras sin sentido
A cualquiera de nosotros que nos encanta lo que hacemos corremos el serio riesgo de abusar del tiempo de los otros. Riesgo de hablar más de la cuenta, para confirmar nuestro conocimiento frente a otros. Yo podría hablar 12 horas seguidas sin repetir ni equivocarme, ¿y usted?
Y si alguien nos hace una pregunta, sálvense; han abierto una caja de pandora desde donde saldrán todos mis puntos de vista, opiniones, distinciones, y hasta mis visiones del futuro. Caer en esa práctica significa ignorar completamente a mis interlocutores, sea que me estén escuchando o leyendo.
Dentro del ámbito de los negocios y la innovación este estilo “experto” es nefasto, y puede significar la completa anulación de posibilidades del profesional o la institución que representa frente a sus interlocutores.
Por ejemplo, en concursos a fondos públicos o privados, becas o apoyos de diverso tipo, si una postulación parece más una clase que una postulación, se cierran automáticamente las puertas frente a jurados diversos que generalmente evalúan esos fondos. No les verán potencial, aunque lo tengan. Nadie se tomará el trabajo de leer y releer para entender lo que quiso decir, menos aún cuando hay otros que lo hicieron -no mejor que usted, si no- más “entendible”.
En el mundo de los negocios, la comunicación del “experto” es totalmente contraria a la lógica del ganar-ganar que buscan muchos negocios, ya que el lenguaje y el estilo del “experto” ignora al otro, y nadie quiere hacer negocios con alguien que no te escucha y al que no le interesas.
Volviendo a lo primario
Los especialistas deben poder aprender a cambiar de escenario, ser capaces y sentirse cómodos hablando de su trabajo tanto con pares como con un niño de 10 años. Para ello primero hay que estar convencidos de su importancia y no seguir mirando esta comunicación como un mal necesario, o una actividad que no es parte de su trabajo.
Si los expertos de nuestra sociedad logran ser vistos, porque se hacen ver, la sociedad en su conjunto gana. Ganamos todos con la iniciativas que esos expertos traen consigo, iniciativas que necesitamos que se hagan realidad, que nunca verán la luz si se sigue hablando de ellas como en círculos clericales o claustros.
Miren a sus próximos interlocutores como mirarían a un niño pequeño al que quieren hacer sonreír, como a un niño al que le cuentan un cuento. Y verán como las palabras nuevas les brotan, y la comprensión de lo que parecía difícil, genera un mejor futuro.
Director Sepúlveda & Partners
Es asesor y coach de narrativas y presentaciones de negocios para emprendedores, empresas e investigadores, ayudándolos a cerrar más y mejores negocios con clientes, partners e inversionistas. Autor del Libro POWER PITCH METHOD, donde mezcla su expertis como productor Teatral y Dramaturgo, con el exigente mundo de presentar ofertas en el menor tiempo posible, conocido popularmente como “elevator pitch”.
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