Por Cristián Hernández-Cuevas / Qué Pasa de La Tercera – 16 septiembre 2020
Con menos infraestructura, tecnología y atención mediática que sus pares de las potencias en Europa, China y Estados Unidos, investigadores latinoamericanos apuestan también por contribuir al desarrollo de una vacuna contra el Covid-19.
Una historia que se sabe poco es la de los esfuerzos que se están llevando a cabo en América Latina por sacar adelante una vacuna. Si bien llegará después que las que se están desarrollando en el primer mundo, su avance tiene una importancia simbólica para la ciencia de nuestra región.
El lado vacío del vaso muestra las distancias entre la ciencia del primer mundo y las complejas condiciones que encuentran los investigadores de países emergentes para lograr avances. ¿El lleno? La resiliencia, la capacidad de adaptarse y el compromiso para contribuir a desafíos de alto impacto, en beneficio de la población de nuestro continente.
Uno de los proyectos que más llama la atención en esta parte del mundo es el que lidera la investigadora hondureña María Elena Bottazzi, actualmente con base en el Baylor College de Medicina de Houston, Estados Unidos.
Formada en un país donde dos tercios de la población viven en la pobreza, la Dra. Bottazzi estableció redes de cooperación con científicos internacionales y está trabajando para desarrollar una vacuna contra el Covid-19, aprovechando los años de experiencia que tiene en la región estudiando enfermedades tropicales. Por lo tanto, sabe muy bien, quién es quién y con qué infraestructura se cuenta para tratar de hacerle frente a la pandemia con recursos domésticos.
Mientras, en Argentina, Brasil y Chile, investigadores han reconvertido sus laboratorios para transferir el conocimiento acumulado en los últimos años en enfermedades de alto impacto en la región a la búsqueda de una solución para poner fin a la pandemia. Aun con menos recursos que pares de países desarrollados, su contribución evidencia un férreo sentido de propósito y capacidad adaptativa.
Es claro que Latinoamérica está lejos en términos de inversión y desarrollo de Europa, Estados Unidos y China. No es algo que sorprenda, porque tenemos problemas superiores no resueltos: pobreza, infraestructura, educación. Por esta razón, muchos piensan y ¡¿para qué hacemos ciencia?!
Pero nada más lejos de la realidad: si no fuera por los científicos chilenos que reconvirtieron sus laboratorios para fines diagnósticos, ¿cómo podríamos tener los altos niveles de testeo que registramos? El escenario actual deja algunas lecciones: el sentido de propósito de muchos de nuestros científicos, la necesidad de continuar impulsando su desarrollo en América Latina y la importancia de que la comunidad científica dispute espacios en la toma de decisiones.
Y allí hay una desconexión importante. Los científicos siguen estando lejos de la política. Sentimos que nadie nos representa y no representamos a nadie. Y en esa confusión, quedamos perdidos. Una visión a todas luces errónea: lo que hacemos tiene una enorme repercusión en los ciudadanos, quizás mayor a la de cualquier representante político. Necesitamos más científicos que hagan sentir su voz.
Posiblemente, desarrollos como el de la Dra. Bottazzi no serán los primeros en manufacturarse masivamente, pero sí serán útiles para que países de la región cuenten con alternativas en el proceso –posiblemente más extenso de lo que todos anhelamos– de inmunizar a sus habitantes. Pero al mismo tiempo también serán una señal: que en la mayor crisis de los últimos cien años, la comunidad científica de esta parte del mundo, con todas sus carencias y debilidades, hizo una enorme contribución a sus países.
*Director de Negocios de la Fundación Ciencia & Vida
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