El 18 de enero, la Presidenta Bachelet anunció que durante el primer semestre de este año enviará un proyecto para que Chile tenga un Ministerio de Ciencia y Tecnología antes de que termine este gobierno, cumpliendo así una aspiración de muchos investigadores y una de las recomendaciones que hizo la Comisión Presidencial Ciencia para el Desarrollo de Chile el año pasado.
Pero, ¿qué significa exactamente un ministerio de ese tipo? Aún no se sabe qué va a decir ni qué modelo va a seguir el proyecto, pero desde hace tiempo que se cruzan distintas propuestas para generar una institucionalidad. Entre ellas se destaca la que sostiene que además de ciencia y tecnología, un organismo de este tipo debería albergar la innovación, que hoy está principalmente ligada a Corfo y al Ministerio de Economía, tal como ocurre en países como Argentina o Brasil.
Ya antes, en mayo de 2013, otra comisión presidencial, liderada por Bruno Philippi, había propuesto un ministerio que abarcara esas tres áreas y además absorbiera el de la educación superior, tal como ocurre por ejemplo en Dinamarca. Ahora otras voces plantean que debe ser algo más amplio, no sólo centrado en las ciencias duras, la ingeniería y la tecnología, sino que un ministerio del conocimiento. Todo eso sin contar a los escépticos que cuestionan la existencia misma de un organismo de este tipo.
Ahora que ya hay un proyecto en marcha, la discusión comenzará en serio, y por eso es buen momento para analizar aspectos de lo que se está haciendo en otros países. Pablo Astudillo, investigador postdoctoral en la Universidad de Manchester y parte de Fundación Más Ciencia, es uno de los autores de un documento que analiza cómo funciona la ciencia y cuánto se invierte en ella en 30 países, incluido Chile. El reporte revela que la mayoría de esas naciones tiene una estructura con dos pilares básicos: un “consejo nacional” en el que participa la comunidad científica y que asesora al gobierno en la elaboración de planes estratégicas para la investigación y la innovación, y una institucionalidad de rango ministerial a cargo de coordinar e implementar esas políticas. “La experiencia muestra que este modelo sí funciona y que sólo unos pocos países desarrollados han prescindido de este ministerio, con resultados cuestionables. Por ejemplo, Australia y Canadá habían decidido pasar por alto la figura del ministro de ciencia, pero a fines del año pasado decidieron restaurarla”, dice Astudillo.
Para no ir tan lejos
Un nombre que se repite en el último tiempo al momento de hablar de ministerios de ciencia es el de Argentina. Programas como Raíces -que ha repatriado más de 1.200 científicos mediante el financiamiento de proyectos locales de investigación- fueron tan bien evaluados por el recién asumido presidente Mauricio Macri, que mantuvo al titular de la cartera de ciencia, el doctor en química Lino Barañao, convirtiéndolo en el único ministro kirchnerista que sigue en su cargo.
Argentina se tomó en serio la ciencia en 1958, cuando creó el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) para fomentar y financiar investigaciones en áreas tan diversas como astronomía y sicología. Su presupuesto para 2015 fue de 386 millones de dólares, cifra que solventó el trabajo de nueve mil investigadores y 10 mil becarios. Hasta 2007, Conicet dependía del Ministerio de Educación, pero ese año la ex presidenta Cristina Kirchner creó el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, y Conicet pasó a estar bajo su supervisión.
La nueva institución aumentó paulatinamente los fondos para ciencia -en 2003 sumaban sólo 14 millones de dólares- e impulsó la creación del plan Argentina Innovadora 2020, presentado hace tres años y que entre otras cosas le entrega apoyo financiero a las universidades fuera de Buenos Aires que reciben investigadores que ayuden a cubrir necesidades regionales. Un ejemplo es el centro Conicet de la Universidad de Villa María, en Córdoba, donde los científicos estudian la producción de energías renovables y biocombustibles para esa zona.
Esta estructura ha facilitado la cooperación internacional, como el Instituto Partner Max Planck inaugurado en 2012 en Buenos Aires. En este centro, gestionado por Conacet y la prestigiosa organización alemana, se estudia, por ejemplo, cómo funcionan las neuronas en el Alzheimer. “Miro con envidia lo que ocurre allá”, dice Cecilia Hidalgo, bioquímica de la Universidad de Chile y Premio Nacional de Ciencias Naturales 2006. La investigadora agrega que sus colegas argentinos destacan la mejor percepción que tienen los ciudadanos de la ciencia y el cambio de modelo que pasó de ser exportador a importador de talentos: “Los científicos hoy tienen mejores condiciones para hacer investigación en su propio país”.
Un plan
Juan Manuel Santa Cruz, ex jefe de la División de Innovación del Ministerio de Economía y miembro de la comisión Philippi que analizó el funcionamiento de la ciencia durante el gobierno de Sebastián Piñera, explica que establecer orientaciones estratégicas de largo plazo es esencial. “Formar investigadores toma al menos cuatro o cinco años de preparación para que recién comiencen a generar nuevo conocimiento. Además, requieres de una masa crítica mínima para que haya colaboración y discusión de ideas que empujen la barrera del conocimiento”, dice. El ingeniero comercial agrega que debe haber lineamientos generales que guíen el diseño de las políticas de los gobiernos e instituciones como el Consejo Nacional de Innovación para el Desarrollo (CNID) que velen por ellas.
¿Un ejemplo de programa a largo plazo? Nueva Zelandia. En los últimos años, ese país ha realizado varias reformas para potenciar su desarrollo en el área y hoy cuenta con el cargo de científico en jefe, que ocupa el pediatra Peter Gluckman, quien preside el Comité Científico Asesor del Primer Ministro (PMCA). Además existe el Ministerio de Negocios, Innovación y Empleo (MBEI), el cual nació en 2012 y donde opera el Grupo Ciencia+Innovación, cuyo objetivo específico es promover la investigación.
Bronwyn Bannister, asesora de comunicaciones de MBEI, explica que todos esos organismos funcionan de acuerdo a “un plan de cinco a 10 años que guía todos los estudios y esfuerzos científicos”. La Declaración Nacional de Inversión Científica 2015-2025 identifica sectores donde el país quiere acentuar sus esfuerzos, entre los que destacan varios proyectos para mitigar el impacto ambiental de la actividad humana.
Con plata es otra cosa
“Brasil es la mejor inspiración”, dice el presidente de la Academia Chilena de Ciencias, Juan Asenjo, y agrega que la academia elaboró en 2013 un documento donde propone, entre otras cosas, duplicar la inversión en CyT hasta un 1% del PIB y puso como ejemplo a Brasil. Desde 1985 esa nación tiene un Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, el cual ha financiado iniciativas como el Proyecto Andar de Nuevo, en el que científicos diseñan exoesqueletos para que personas con problemas motores vuelvan a caminar. En 2014, uno de los pacientes dio el puntapié inicial al Mundial de Brasil.
Tomás Norambuena, cofundador y presidente de Fundación Más Ciencia, ha estudiado cómo opera el sistema en ese país y destaca que logró armar una estructura tributaria que permite que gran parte de la inversión provenga de los royalties aplicados a la explotación de recursos naturales, al punto que casi el 90 por ciento de la investigación básica se financia con fondos estatales. Eso también ha contribuido a que muchas universidades brasileñas estén muy arriba en los rankings a nivel mundial por su capacidad de hacer investigación y que por lo mismo buena parte de los científicos se formen y establezcan en el país. “La investigación de sus estudiantes de doctorado y postdoctorado se queda y se aplica en Brasil. Ellos tienen becas de estadías cortas en el extranjero para aprender alguna técnica específica, pero sus tesis las realizan en universidades brasileñas”, afirma.
Ciencia sin ministerio
Pese a que Estados Unidos es líder en ciencia, no tiene un ministerio en esa área, sino que varias instituciones que trabajan de forma muy cercana con la Casa Blanca y que surgieron poco después de la II Guerra Mundial, cuando Washington se dio cuenta del rol estratégico de los científicos en la victoria aliada.
Las organizaciones más importantes son la Junta Nacional de Ciencias (NSB) y la Fundación Nacional de Ciencias (NSF), ambas creadas en 1950. La primera tiene 25 miembros nombrados por el presidente, entre los cuales hoy figuran investigadores como Vinton Cerf -uno de los “padres” de internet”-, y su labor es establecer las políticas de investigación que luego financia la NSF, que tiene un presupuesto anual de casi siete mil millones de dólares y cada año solventa unos 12 mil proyectos.
Aunque la NSF no tiene categoría de ministerio, Jessica Arriens, vocera de la institución, dice que es esencial que exista alguna institución que guíe el desarrollo científico. “La NSF ha sido crucial para aumentar la competitividad y la calidad de vida de Estados Unidos. La ciencia básica que se financia no sólo expande el conocimiento humano, sino que lleva a innovaciones y tecnologías que son motores de la prosperidad económica”. Hoy se calcula que casi el 50 por ciento del crecimiento económico de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX provino de investigaciones con financiamiento público que llevaron a avances como los computadores, internet, los códigos de barra y el GPS.
Para France A. Córdova -directora de la NSF y la primera mujer que fue nombrada científica en jefe de la NASA-, aún en un país como Estados Unidos sigue siendo crucial convencer al público de la importancia de invertir en ciencia. “Los iPad, los celulares, los autos que manejamos y los alimentos que comemos. Todos tienen alguna contribución de ciencia básica. Así que tenemos que pensar cuidadosamente sobre cómo llevar esa historia a la gente. Después de todo, ellos financian todo esto”, dijo Córdova al portal Politico.com.
Un modelo a la chilena
En Chile, la Comisión Presidencial Ciencia para el Desarrollo de Chile, que entregó en junio pasado su informe a Bachelet, discutió a grandes rasgos dos modelos: uno, que mantenía la estructura histórica con la innovación por un carril distinto de la investigación (tal como ocurre hoy con Corfo, por un lado y Conicyt, por otro) y un modelo que aspira a unir estos dos mundos.
Y no sólo se discutieron, sino que se llevaron a votación. “La mayoría cree que llegó la hora de cambiar el sistema y generar una instancia para que la gente que investiga conozca e interactúe con la gente que hace innovación, para que se rompa este mundo de vidas paralelas y que el desarrollo de conocimiento sea más efectivo”, explica Cecilia Hidalgo, parte de esa comisión, y quien votó por la segunda postura que ganó con 24 votos a favor y ocho en contra.
La “fertilización cruzada” no responde sólo a una necesidad, sino a una aspiración, ya que en la comisión -dice Hidalgo- se detectó que hay muchos investigadores que buscan un puente hacia el mundo de la innovación. Para Santa Cruz, hay que hacer un trabajo de hormiga e invitar a los científicos a que se tomen un café con cuanto empresario exista: “Yo subsidiaría muchos cafés entre el mundo de la academia y de la empresa -algo de esto ha hecho la Iniciativa Científica Milenio-, no grandes seminarios, sino que pequeños encuentros donde la gente se conozca. Con el tiempo, se van a generar relaciones interesantes”.
Por José Miguel Jaque
Fuente: Diario La Tercera
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